Yo no quería alquilar la moto (al magnífico precio de 200 dirhams tras un largo y tendido regateo) porque realmente la circulación es caótica y van como locos, pero al final me convencieron las ventajas que suponía tener desplazamiento rápido y económico, además de no tener que andar peleando con los taxistas negociando precios continuamente. La primera bronca fue para conseguir que nos dieran dos cascos, o “kaskas”, como le llaman los marrakshís. Por ley el conductor tiene que llevarlo puesto, pero al pasajero que le den, jejejeje. Así después de un rato conseguimos que nos trajeran un segundo casco, que hube de ponerme del revés, con la visera hacia atrás, porque no tenía hebilla y la cinta estaba anudada, por lo que la única manera de protegerse era poniéndolo así, cosa linda. Menos mal que no nos vio nadie conocido con semejante pinta.
Al día siguiente, bien pertrechados con nuestras kaskas, nos marchamos a hacer una incursión en el laberíntico trazado de la medina. Cámara en mano para ir grabando la experiencia, recorremos durante una hora el entramado de calles estrechas, llenas de comercios, turistas y más motos que se cruzan con nosotros y que nos miran con cara de asombro, pues no es habitual ver a dos “guiris” en moto y por la medina. De allí, a la zona moderna, por avenidas y bulevares, con intenso tráfico pero que al ir en moto vas sorteando con facilidad, y en un periquete estamos en el precioso Café de la Poste. Nos tomamos un exquisito y caro café con leche (35 dirhams cada café), y descansamos antes de ponernos en marcha hasta el Hotel Meryem, donde estamos invitados a comer.
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